Ayer nos encontramos en la contraportada de El Diario Montañés con una imagen con la cual Marc Torrano nos descubre una parte oscura y oculta de la Batalla de Flores. Aquella que sólo conocen los que se pasan gran parte del año construyendo las carrozas en locales que están muy lejos de reunir las condiciones adecuadas para una fiesta que aspira a reconocimientos internacionales. La realidad de la fiesta no es sólo la del último viernes de agosto, también es la de los grupos trabajando en chalets y hoteles abandonados, garajes apuntalados y locales ruinosos.
En nuestro caso, podemos sentirnos unos privilegiados. El Ayuntamiento nos cede un local que si bien es de espacio muy reducido y en el que hay que hacer mil piruetas para desarrollar la carroza, al menos no estamos con la incertidumbre de que lo derriben en cualquier momento. Pero ya nos toco vivir en el 2010 como el chalet en el que hicimos la carroza durante dos años fue derribado. Y os puedo segurar que con este temor viven a diario la mayoría de los grupos.
Posiblemente, este sea el tema más delicado de la fiesta, y aunque pueda parecer exagerado, hace que la Batalla de Flores esté siempre pendiente de un hilo.
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